Muchos dispositivos que utilizamos en el día a día tienen pilas de pequeño tamaño. Otros, como los vehículos eléctricos, emplean unas de dimensiones y peso considerables. Sin embargo, existen baterías que pueden ser medidas en canchas de fútbol y suministran energía a ciudades enteras.
Todo comenzó hace más de dos siglos de una forma modesta. En 1800, el físico italiano Alessandro Volta presentó un invento a la venerable Royal Society de Londres que en un primer momento no levantó mucha expectación, pero que rápidamente se haría famoso en todo el mundo. Se trataba de la pila o batería voltaica, precursora de las baterías actuales. Aquel nuevo ingenio tenía una estructura cilíndrica y estaba hecho en gran parte de madera, pues el plástico que es utilizado hoy como material aislante aún no se había inventado.
Sin embargo, tras esa apariencia que ahora puede resultar arcaica, aquella primera fuente de energía respondía a un principio de funcionamiento muy moderno: las placas de diferentes metales, entre ellos el cobre y el zinc, se separaban entre sí mediante piezas de cartón o cuero que se saturaban con un electrolito (agua salada o lejía, por ejemplo). Este es el mismo principio básico que utilizan actualmente las baterías para su funcionamiento. La gran diferencia es que, mientras a comienzos del siglo XIX eran utilizadas principalmente en los laboratorios, en este momento juegan un papel clave en los dispositivos electrónicos y en los vehículos eléctricos.
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